Las prótesis mioeléctricas infantiles han supuesto una importante mejora en la calidad de vida de niños amputados. Gracias a ellas, actividades que hasta ese momento eran impensables son ahora fácilmente realizables y forman ya parte de su rutina o costumbres. Hablamos, por ejemplo, de montar en bicicleta, poder coger un teléfono móvil o abrocharse el pantalón. Sin embargo, hasta llegar aquí es necesario recorrer un proceso de aprendizaje, en el que la motivación del niño, la implicación de la familia y las orientaciones del terapeuta ocupacional son fundamentales.
El pasado mes de mayo, Ortopedia López adquiría especial protagonismo en diferentes medios de comunicación al convertirse en el primer centro andaluz autorizado por OttoBock, empresa líder en el sector, para la fabricación de prótesis mioeléctricas infantiles. La primera “paciente”, Carmen. Una niña de 9 años que nació sin mano izquierda debido a una malformación congénita. Tras meses de adaptación y entrenamiento, hoy día Carmen incluso ha aprendido a cocinar. “Se trata de un proceso multidisciplinar, en el que se trabajan diferentes aspectos para lograr el objetivo principal que no es otro que conseguir la máxima independencia del niño o de la persona protetizada en la realización de las actividades diarias”, explica Carmen Moreno Valderas, terapeuta ocupacional. Ella ha sido la encargada de enseñar a Carmen cómo desenvolverse con su nuevo miembro artificial y que ahora repite proceso con Álvaro, otro pequeño para el que la Ortopedia fabrica su nueva prótesis.
Trabajo
El uso de la prótesis mioeléctrica se hace de forma progresiva con el fin de comprobar la tolerancia y el grado de adaptación, es decir, si hay zonas de roce o presión. El niño ha de acostumbrarse a un miembro que nunca ha tenido, a controlar su peso, sus dimensiones… “El aprendizaje parte de cero. Hasta ese momento, ellos se manejaban con su muñón. Ahora han de hacer lo mismo, pero con una mano que antes no tenían”, señala.
Antes de iniciar el tratamiento de terapia ocupacional, lo primero que el niño ha de aprender es a ponerse y quitarse la prótesis y adoptar sencillos hábitos de limpieza y mantenimiento (lavado, desinfección y secado, cuidado de la batería…). Una vez hecho esto, el entrenamiento se centraría en cuatro puntos:
- Simetría: el esquema corporal del niño sin prótesis sufre desviaciones, ya que éste compensa con el lado contralateral. Uno de los mayores beneficios de la prótesis es que ayuda a recuperar la simetría. Además, con el entrenamiento se corrigen los movimientos robóticos o en bloque.
- Tolerancia: Se trabajan las aptitudes y actitudes tanto del niño como de su entorno. En este apartado es muy importante el trabajo de la familia, su receptividad y capacidad de introducir cambios. También un buen ajuste de la prótesis y lo que se denomina “seguridad estética” es decir, que el niño protetizado se vea bien, que acepte como suyo el nuevo miembro artificial.
- Destreza prensora: se centra en el control de los movimientos de apertura y cierre. Para ello se emplean desde programas informáticos a juegos. Mediante el entrenamiento, aprenderá a ir cogiendo objetos de diferentes tamaños, texturas, peso… y a mejorar su coordinación óculo-manual.
- Actividades de la vida diaria: desde tareas básicas como lavarse o vestirse, a aprender a abrir grifos y pestillos, comprar… anticipándose a las necesidades que en el futuro el paciente pueda tener. También se valora la posibilidad de adaptar una actividad o buscar ayudas técnicas para que el niño pueda llevarla a cabo.
“En definitiva, -explica Carmen-, el éxito final dependerá de un buen ajuste y una buena tolerancia, de la estética y del correcto adiestramiento en el uso de la prótesis. Trabajando todos estos aspectos ayudaremos a conseguir que el paciente aproveche al máximo las funciones y posibilidades que le ofrece su brazo o mano artificial”.
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